El Real Madrid de Zidane ha sido un equipo muy pragmático.
En un presente cada vez más resultadista la victoria le ha dado la razón una y
otra vez. De hecho todavía no sabemos muy bien a qué jugaba y dudo que lo
sepamos, pues estamos hablando del equipo más difícil de definir de los últimos
años. Lo que si sabemos es que ha sido una máquina de ganar en noches grandes,
las más de las veces de forma merecida además. Y esto ha sido en base a sus
certezas, las más tiránicas del continente, y que tienen nombres y apellidos.
Sergio Ramos, Toni Kroos y Luka Modric representan las cualidades de un grupo
que acumula máquinas de tomar buenas decisiones constantemente como rara vez se
ha visto. Incluso jugadores más “locos” como Marcelo e Isco es difícil que opten
por una vía mala per sé, quizás no opten por la mejor siempre, pero nunca
escogerán una mala. Esto, unido a Cristiano Ronaldo en el área, la mayor
certeza de todas, explican que el Madrid “no juegue a nada más que a ganar”.
No es que su juego no fuese riesgoso, pues durante muchos
meses acusó de hacer el campo larguísimo porque había 8 hombres por delante de
la línea del balón y dejaba muchos metros para correr hacia atrás, esperando
milagros defensivos de Casemiro y que han costado más de un susto y caídas en
competiciones nacionales. Tampoco es que su ataque fuese fluido por el simple
hecho de arriesgar tanto, pues muchas veces la aglutinación de hombres ha
derivado en una pobreza espacial que demandaba la excelencia técnica siempre,
algo insostenible más allá de los 3 meses de cumbre del proyecto en 2017.
Pero era mucho más fácil que todo esto, pues el Real Madrid
de Zinedine Zidane jugaba con la convicción, totalmente lógica, de la victoria
al final de 180 minutos de eliminatoria. Estas dos temporadas y media han sido
a nivel identitario, posiblemente, las más representativas de la historia del
club forjado en la victoria. Ser, saberse y demostrar ser el mejor casi con
desdén, eso ha sido este medio lustro. Eso es el Real Madrid desde 1955, y
nunca lo ha sido más que ahora.
Y yo, que soy un romántico -o un gilipollas, según se quiera
ver- soy reacio a normalizar la victoria con tal rotundidad y seriedad, la
pasión se pierde por el camino. Ya lo dijo Axel Torres: “perder es lo normal . Si asumes esto el día que ganas, el placer es máximo”. No es el simple
hecho de que se hayan ganado tres Copas de Europa consecutivas, es el
comportamiento casi tiránico que tienen sobre el campo absolutas leyendas de
este deporte que además tienen la capacidad de predecir un futuro que les
encuentra una y otra vez en lo alto del podio.
Basta con ver los instantes posteriores al gol de chilena de
Bale en la última final de Champions. Con 1-1 y apenas pasado el 60´ el galés
anota un gol que por relevancia y factura técnica debería de ser al menos
comparable al de Zizou en Glasgow ¿no? Gareth lo celebra desatado por el
momento en el que está su carrera, pero el trote cochinero de algunos de sus compañeros
para unirse a él nos revela que en ese momento no ha cambiado nada, sino que
las cosas han vuelto a un cauce del que en realidad no habían salido. Desde el
sofá, y rodeado de gente a la que quiero, yo casi ni me inmuto ante un gol que
debería ser sensorialmente orgásmico, pero no lo es. Algo tiene que cambiar.
Lo mismo tuvo que pensar en ese momento Cristiano Ronaldo, que merced a su más que conocido y mil veces criticado ego, no esperó ni media hora para decir que se iba, dejando ver que un competidor como él no soportaba que ganar fuera tan “fácil”. Pensamiento con el que seguramente viviera Zidane las semanas posteriores, a sabiendas de la poca memoria que tiene el fútbol. El hombre capaz de canalizar el plantel más dotado de certezas del mundo y la mayor de ellas se han ido y la normalidad se ve amenazada. En un futuro seguramente me martirizaré por esto, pero siento liberación ante la incertidumbre. Algo ha cambiado.
Cuestión de identidad
El carácter europeo no entiende de vivir despreocupado. Nos
crispa cuando las cosas no van como esperamos. Solo entendemos de raciocinio.
Tenemos pánico al error. Lo mismo en el fútbol, y aún de forma más marcada en
el dueño de la competición continental por excelencia. Si algo tiene el Real
Madrid son jugadores marcadamente europeos, y no solo eso, sino falta de
jugadores sudamericanos, el otro gran continente en cuanto a cultura
futbolística se refiere. Tanto es así que sus filas solo cuentan con 3
jugadores del otro lado del charco.
Hay gente que todavía no entiende a Marcelo y que le sigue
recriminando una y otra vez que deje tanto espacio a su espalda pese a ser uno
de los jugadores que más eliminatorias europeas ha condicionado positivamente
en la historia reciente. Porque “un lateral primero tiene que defender” -spoiler,
NO-. Criticamos cuando Casemiro se permite ciertas salidas de su hoja de ruta
en la creación de juego pese a que descolgarse de su posición, fruto de esa valentía,
le ha dado más de un gol valioso al madridismo. Porque podrás destruir todo el
juego que quieras, pero la creación pertenece a los poseedores de la razón, los
europeos. La figura de Keylor Navas es puesta en entredicho una y otra vez pese
a haber salvado los muebles cada mes de mayo que ha ocupado la portería y a
compartir perfil -aunque no nivel ni mística- con el mejor arquero de la
historia del club. Secuelas del mourinhismo mal entendido supongo.
Este fenómeno lo resume a la perfección el último fichaje
“galáctico” de Florentino Pérez, que vino acompañado de la mejor venta de la
historia del club hasta este verano. Di María se convirtió en 2014 en
protagonista del mejor equipo del momento jugando en una posición lejana a la
que le había visto desarrollar su carrera, alzándose con el MVP de la final más
mística que el madridismo recuerda. Pero el fideo jugaba como una estrella de
la Copa Libertadores, entendiendo el juego desde la genialidad, tomando
decisiones que no son las óptimas y convirtiéndolas en buenas a través de la
tenacidad y la pasión que desprende el balonpié en las canchas argentinas. Y eso
no podía ser. En su lugar vino un futbolista también sudamericano, pero que era
menos Aimar y más Zico. De la liviandad de un pelotero que aceleraba el ritmo
como un buey que tira de un arado, a la inmovilidad de un futbolista que se para para que todo
corra a su alrededor. James era todo lo contrario a Ángel. Si toda la técnica
del argentino iba dirigida a tener el balón en sus pies y trasladar su cuerpo a
la par que el esférico lo más rápido posible a la meta contraria, en el caso
del cafetero esta iba dirigida a tocar el balón pocas veces pero con gran
precisión, todo enfocado a su golpeo en el pase, el centro o el remate.
Europeización.
¿Fin de ciclo?
Así llegamos a este verano, el que debe ser el punto de
inflexión en el futuro blanco porque la victoria ya no es segura, o al menos
eso nos parece. Desde el fuero madridista se respira tranquilidad, aunque no
así en su entorno, que demanda la llegada de nuevos ídolos que sigan
garantizando el triunfo. Un secreto, no hay jugadores que garanticen el triunfo
a nivel de clubes que no se llamen Lionel o, en el contexto madridista,
Cristiano. Y los que más te acercan a él están, sorpresa, en el club de las 13
Copas de Europa.
La respuesta deportiva y mediática que se ha dado desde el
Real Madrid a la hora de escribir esto se llama Vinicius Junior. Se puede
pensar que ya se han realizado movimientos parecidos desde la dirección
deportiva del club, sobre todo desde que empezó la década. Canales, Odeegard,
Asensio y Ceballos podrían contarse como ejemplos de jóvenes que vienen a
crecer directamente al primer equipo. Pero este caso es diferente, porque
Vinicius, si no hubiese existido Bosman, estaría llamado a ser una
superestrella ofensiva de la Copa Libertadores. Con todo lo que ello conlleva.
Balón al pie. Búsqueda de la ventaja a partir del talento en el regate. Tirarse
contra tres defensores una y otra vez hasta poner en pie al estadio. Y
obviamente, una ristra interminable de malas decisiones y florituras
innecesarias.
No creo que se quede porque se le considere la respuesta a
la pérdida del segundo jugador más importante de la historia merengue, porque
no viene a ser el nuevo Cristiano, sino el nuevo Neymar. Quizás se piense que
es más fácil educar a este nuevo infante que al ya astro carioca. Y parecerá
tonto -seguramente lo sea-, pero aquí uno está ilusionado con el futuro que
dibuja para Vinicius.
Se le intentará inculcar el fútbol europeo, la toma de la
decisión más correcta en cada instante. Y ojalá fracasemos y el que triunfe sea
él. Ojalá se convierta en un ganador en base a sus virtudes y defectos. Ojalá
sea todo lo que parece que el fútbol le está negando a Ney.
No sé si un Madrid con Vinicius a la cabeza triunfará… ¿Qué
demonios? Si lo sé, es imposible que suceda. En toda la historia del club no ha
existido un futbolista que triunfe rotundamente en torno a estas
características, y, sin embargo, si que existen pifias sonadas. Seguramente esta no sea una excepción, pero ojalá lo sea.
En un momento en el que ganar parece lo normal, ansío que
deje de serlo. Soy consciente de que algún día se tendrá que caer derrotado,
pero no deseo ser abatido, sino sentir que puedo serlo. Ansío perder la razón,
pero no la victoria, y Vinicius dibuja esa ilusión, aunque no sea más que eso.
Una ilusión de un iluso.
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