Nació un 8 de mayo de 1970 en Gijón sin ningún tipo de procedencia ni antepasado nigeriano, por mucho que algunos se empeñen en situar su árbol genealógico en la familia Amunike. Si algo marca la vida de Luis Enrique es el cambio. Lo típico sería hablar de que el Sporting es el club de su vida, en el que creció y fue quemando etapas hasta consolidarse, y quizás es lo que él hubiese deseado, pero su destino va a estar marcado por el cambio. Pasó su infancia y adolescencia vagando por campos asturianos; Xeitosa, escuela de Mareo, La Braña, Sporting Atlético y primera plantilla del gigante gijonés antes de marchar a Madrid con apenas 21 años.
Y no sólo cambió de situación geográfica, también cambió su
situación dentro del campo. Su gran segundo año en el Sporting le vio perforar
la portería rival 14 veces y clasificar a su equipo para la Copa de la UEFA
como ariete. Pero ya en Chamartín le vieron desempeñando labores de fútbol
oscuro como interior, lateral o volante derecho. Un soldado del fútbol. Después
de todo esto, el cambio de su vida. Una crisis deportiva en el Real Madrid
lleva a hacer criba en el personal, lo que acaba con el bueno de Luis camino de
la ciudad condal. Sin comerlo ni beberlo, la mayor masa social del país inmediatamente
se pone en su contra.
Llegó a un FC Barcelona post Dream Team, al Barcelona de la
escuela holandesa y la vanguardia. Y allí, una vez más, se tuvo que acostumbrar
a los vaivenes. Pero no por falta de estabilidad, ni mucho menos, sino porque Louis
Van Gaal tenía muchas planes para él. Un jugador que no marcaba diferencias en
lo técnico lo tuvo que hacer desde lo posición, y llama la atención que quizás
hablemos de uno de los jugadores más aposicionales de la historia del fútbol
español. Nunca se podía saber su posición dentro del once, pero una afirmación
cabía hacer, Luis Enrique estaba donde allí lo necesitase su equipo en cada
momento.
Fuera de lo meramente futbolístico se recordarán para
siempre sus celebraciones contra el ahora eterno rival y, sobre todo, el codazo
de Tassotti. La nariz ensangrentada de Lucho mientras se queja ante el árbitro
de aquel Italia-España de USA 94 es ya historia y símbolo de la selección.
Sobre todo de aquella a la que llamaban “la furia roja”. Nunca dejó indiferente
a nadie.
Las dos caras de Lucho |
Tampoco lo ha hecho en su etapa como entrenador. Nunca se ha
arrugado, siempre ha ido de cara. Y a pesar de que el Barcelona quizás sea el
club de su vida, nunca pareció estar dentro de ese entorno del que hablaba Van
Gaal ya hace más de dos décadas. Su carrera como técnico tiene un antes y un
después. Todos lo sabéis, Anoeta. El epicentro de que Luis Enrique haya
triunfado como entrenador –al menos a nivel de títulos- también va relacionado
de un volantazo a tiempo. Dejó parte –aunque ni de lejos todas- de sus
convicciones atrás para encomendarse a la mayor convicción del fútbol moderno,
Lionel Messi. El argentino tomó las riendas y el resto es historia.
Y tras hartarse de ganar títulos en un entorno blaugrana que
no podía soportar que el eterno rival se llevase dos orejonas seguidas, además
de arrebatarle también la última liga, Luis Enrique decidió marchar. Pero como
nunca se arruga, hace unos meses decidió enfrentarse a un nuevo reto, recoger a
una de las selecciones españolas más convulsas de los últimos tiempos y volver
a ganar. No iba desencaminado.
Falleció ayer en Barcelona un hombre que simboliza la
separación de España en lo futbolístico. Y cuando tenía ante él la oportunidad
de unir todo lo que había separado sin quererlo, el destino quiso que las cosas
no cambiasen. Por lo menos, los cauces de la vida le permitieron hacerlo
practicando su segunda pasión, el ciclismo. Descanse en paz, Luis Enrique
Martínez.
*Este
es un obituario ficticio realizado como práctica para la asignatura de
Periodismo Especializado en Educación y Deporte.
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