*Comentario a partir de la mesa de debate Periodismo y nuevos poderes celebrada el día 6 de febrero en la facultad de CC. Info. de la UCM
Con la aparición de las sociedades democráticas el
periodismo no tardó en denominarse como el cuarto poder junto al político, el
económico y el social. Esto tenía sentido dado que el periodismo hacía de
eslabón entre las tres con el fin de proteger al tercero de esos tres poderes
ante los otros dos. Llegados a este punto, esta asignación ha perdido mucho
sentido desde el momento en que el poder económico absorbe mecanismos
utilizados tradicionalmente por los periodistas y medios de comunicación.
En un panorama donde Disney ha dejado de “construir sueños”
para devorar conglomerados dedicados a la comunicación y a la producción
audiovisual a ritmo pasmante. Donde Apple es la empresa más solvente del mundo
a base de la total autogestión de su comunicación y plan de marketing. En el
que Google aprovecha su monopolio en lo respectivo a internet para controlar
todo lo que allí sucede, siendo prácticamente dueño del mayor canal de
comunicación del mundo además de los datos de los emisores y receptores que
aquí operan ¿El periodismo puede seguir representando ese poder? Y lo más
importante, ¿lo puede seguir haciendo de forma honrada como servicio social sin
ceder ante presiones?
Estas preguntas se intentaron responder el pasado miércoles
en el Congreso de Periodismo y Comunicación Global, sobre todo en la sesión de
mediodía, que se centró especialmente en los poderes contra los que lucha el
periodismo. Y llama la atención cómo seis directores de medios coinciden
rápidamente en que el poder político ya no es un escollo a salvar, sino que el
enemigo común son las altas esferas financieras, en concreto las que operan en
el plano digital de la vida de las personas: Google, Facebook y compañía.
Porque el periodismo se ha tenido que mudar a internet, y aunque nuestro amigo
representa muchas ventajas, no deja de suponer jugar en casa ajena.
La caída del papel obligó a los medios de comunicación y a
los profesionales que aquí operan a amoldarse al plano digital. Algunos, como
Ignacio Escolar, hicieron un all-in
en este nuevo panorama y constituyeron la primera prensa nativa digital de
España. Pero como suele suceder, no todo el monte es orégano. Existen dos
principales contratiempos, y no son baladíes, pues lo condicionan todo. Por un
lado, en Internet el contenido que un usuario produce no es del todo suyo y las
legislaciones que regulan estos conflictos son muchas veces ajenas y todavía
laxas. Y por otro, la remuneración de estos contenidos depende exclusivamente
-al menos en sus albores- de la publicitación de los portales web en los que se
opera. Ambos problemas atentan contra la independencia de los medios, y el
segundo nos ha dado conflictos ya de sobra conocidos en la era digital como son
la acuciante inmediatez, el clickbait
o las fake news.
Se puede hablar largas horas sobre como de precario es este
escenario para el profesional del periodismo. De como Google maniata los
derechos de intimidad y propiedad de las personas. De lo duro que es sobrevivir
haciendo periodismo honesto en tiempos de trampear para aprovechar algoritmos.
Pero al final la solución es cristalina, aunque no por ello fácil de conseguir.
Con Internet se ha reeducado al público a no pagar por la
información y revertir esta situación es la única vía definitiva para la
independencia de los medios, aunque con ella entremos en otras preocupaciones
sobre el sectarismo del lector. Si se pretende que el periodismo vuelva a ser
el cuarto poder y tenga la posibilidad de asentar este poder en la honestidad y
el trabajo bien hecho, la sociedad tiene que ejercer como la tercera fuerza que
mueve el mundo occidental y luchar por uno de sus derechos fundamentales en los
sistemas democráticos, el de la información.
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